DOMINICANEANDO.- Estar entre Luca y Juan Mejía es estar como el “lebrancho”, un peje feísimo que vive entre dos aguas, “natagueando” entre el agua dulce y el agua salada en las desembocaduras de los ríos, y aunque eso podría verse como una habilidad, una maña o una destreza, es también una forma zoqueta de no estar ni aquí ni allá, ni “jeder” ni oler, de estar con Dios y con el diablo.
El dominicano que por cultura nunca afirma que está bien, suele decir que está entre Luca y Juan Mejía para decir que se encuentra regular, ahí, ahí, entre dos, o de a poquito. Es una forma de estar amarrado en lo pelao, cogiendo lucha.
Es ese viejo oficio de ser insípido, inodoro e incoloro, ser desabrido, no estar comprometido, que es de muchas formas no tomar partido, ni bando. No declararse, no soltar prenda, no quemarse, ser culebro, no caer en gancho, no estar en la cosa, ni en nada. Mirar para arriba, mirar para abajo, pitar, hacerse el holandés, escabullirse.
No opinar de nada importante, no expresarse en público, no sentar posición, quejarse de todo por manía o por si acaso, dejarse llevar por la corriente. Caminar por la sombrita esperando la casualidad, el milagro o la chepa, aguardando que Colon baje el dedo o que el “maco eche pelos”. La frase en cuestión, según me he enterado, viene de El Seíbo, dos lugares separados por un arroyo con esos nombres. Pero en sentido figurado el dicho antiguo alude a estar “entre bien y mal”, no comprometerse ni consigo mismo ni con nadie.
Es más cómodo o mejor, que la cuestión la hagan otros. No mirar para allá, no meterse en eso, “no coger cortes”, ni arriesgarse. No estropearse ni afanarse, no ser político, no meterse en eso, que nos gobiernen otros, que después nosotros nos quejamos de vez en cuando.
Es mejor hablar muchas pendejadas como consolación. Es ideal estar en Belén con los pastores, cada cual con su chupete o su paleta en la boca, apostando al yo no fui para luego aparecer y si se puede, aparar los mangos bajitos. Vivir de la borona, de las sobras y de las migajas.
Estar entre Luca y Juan Mejía es como estar entre “Azul y Buenas Noches”, otra figura seibana referente a dos secciones rurales limítrofes con esos nombres y que se usaba, para tratar de definir una cosa que, “ni estaba bien ni estaba mal”; un asunto aparentemente neutro que encierra el más grave de todos los pecados infernales: no ser bueno ni malo, no ser de nada, como se dice en el campo, “buscar la sombra pero no debajo del guao”.
Después de la pobreza, el principal obstáculo para alcanzar la democracia es ese oficio pernicioso de estar entre Luca y Juan Mejía, ser indiferente, apático, eso de no participar en política, estar con todo el mundo o con nadie. No articular una ciudadanía responsable, por el asunto aquel de que la política es asunto sucio, olvidándose de que los que no lo hacen, están condenados a ser gobernados por los que si participan con malas y buenas intenciones, y porque el imperio de los malos está asegurado por la indiferencia de los buenos.
No basta rezar, orar, meditar, prender velas, hacer penitencias, arrodillarse, cruzar los dedos, el asunto no es solamente desear que las cosas cambien, hay que estar en el cocinado, menear la paila, cambiarlas participando en buena lid, donde se bate el cobre.
Porque para comer pescado hay que mojarse el trasero, tomando muy en cuenta que “a la hora del sazón la pimienta es la que pica”. Porque después del palo dado ni Dios lo quita y que luego de eso no vale la pena quejarse.
Anímese, atrévase, póngase de pie, levántese de la silla de la indiferencia. Hagamos patria.
Por Paula Elizabeth Segura.
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