“Los polĆ­ticos tĆ­midos e interesados se preocupan mucho mĆ”s de la seguridad de sus puestos que de la seguridad de su paĆ­s”.
-Thomas Macaulay-



El escalofriante asalto de un vehĆ­culo blindado de una compaƱƭa de valores en donde robaron aproximadamente cinco millones de pesos pertenecientes al Banco Popular Dominicano, no solo constituyĆ³ un desafĆ­o, sino tambiĆ©n un alerta a los tomadores de decisiones ante la epidemia de inseguridad ciudadana que abate la naciĆ³n. LlamĆ³ mĆ”s la atenciĆ³n porque se produjo dentro de una plaza comercial ubicada en una de las zonas mĆ”s transitadas del paĆ­s, utilizando armas de guerra y bombas lacrimĆ³genas en medio de la operaciĆ³n “Navidad Segura 2016” que involucra a mĆ”s de 17 mil soldados policiales y militares, de Amet y de las brigadas policĆ­aco militar del ministerio de Obras PĆŗblicas.

La realidad es que no bastaron los continuos anuncios de altos funcionarios de que incorporarĆ­an mĆ”s militares al patrullaje, y de que a partir del 1ro de diciembre la DirecciĆ³n del Plan Nacional de Seguridad Ciudadana, serĆ­a asumida por el Comandante General de la Fuerza AĆ©rea Dominicana.

Y es que de conformidad con esta lĆ³gica, con relaciĆ³n a la situaciĆ³n de inseguridad ciudadana que aterroriza al paĆ­s nos preguntamos: ¿A quiĆ©n es que habrĆ” que pedirle cuentas?¿Al Director General de la PolicĆ­a Nacional o al Comandante General de la FAD? ¡QuĆ© confusiĆ³n de roles! En ese mismo orden, recientemente se anunciĆ³ -otra vez- que las polĆ­ticas en este tema estaban dando resultados positivos, ya que la “criminalidad” se habĆ­a reducido de una tasa de homicidios de 26 a menos de 16 por cada cien mil habitantes, atribuyendo a la “percepciĆ³n” el temor de los ciudadanos.

¡Grave error! Puesto que hemos analizado muchas veces que estĆ”n malenfocando y confundiendo la “tasa de homicidios” con el “Ć­ndice de criminalidad”, pues son dos cosas distintas, mĆ”s bien, una es componente de la otra.

Si fuera como piensan -errĆ³neamente- las autoridades, en el supuesto caso de llegar a tener una tasa cero de homicidios, ¿esto significarĆ­a que existirĆ­a una alta seguridad ciudadana en el paĆ­s? Por supuesto que no, pues los asaltos, atracos, robos, secuestros, etc, estĆ”n por doquier y a cualquier hora del dĆ­a.

¿Acaso el asalto del mencionado banco, por el “simple” hecho de que no ha habido muertos y tan solo heridos implica que no hay “criminalidad”? En el caso en cuestiĆ³n, la tasa de homicidios no subiĆ³ por no haber pĆ©rdidas de vidas humanas, pero sĆ­ se incrementĆ³ la tasa de criminalidad.

¿Acaso esa reducciĆ³n en la tasa de homicidios se debe mĆ”s bien a la indecisiĆ³n de algunas autoridades para enfrentar la espiral ascendente de criminalidad para evitar que delincuentes caigan abatidos? Reiteramos otra vez a las distinguidas autoridades que la Tasa de Criminalidad es la sumatoria de todas las infracciones penales que se cometen dentro de un territorio y tiempo determinado dividido por cada cien mil habitantes.

Tasa de Criminalidad = tasa de homicidios + tasa de robos + tasa de atracos + tasa de asaltos+ tasa de robos de vehĆ­culos + tasa de secuestros + tasa de heridos de armas de fuego y arma blanca.

De manera que, enfocarse en bajar solo la tasa de homicidios para “aparentar” ser exitosos en sus estrategias de seguridad es de un optimismo falso y peligroso, pues eso es como maquillar a un paciente amarillento que sufre de hepatitis para presentarlo saludable, mientras que por dentro realmente no se combate su afecciĆ³n que terminarĆ” en una cirrosis hepĆ”tica crĆ³nica mortal.

Bajo este amplio contexto, las autoridades lucen confusas “copiando” diferentes modelos policiales e implementando medidas rĆ”pidas a ciegas y de formas reactivas, cuando en realidad, sin duda, es necesario elaborar puntos de anĆ”lisis de este complicado fenĆ³meno que no se “cura” con soluciones cortoplacistas ni simples para nutrir los medios de comunicaciĆ³n, sino de procesos planificados de etapas progresivas que observen los distintos Ć”ngulos del problema y asumiendo con responsabilidad las enĆ©rgicas decisiones que hay que tomar ante un paciente grave de cuidados intensivos.

Es sabido que el control del crimen y de la violencia constituye una obligaciĆ³n fundamental e irrenunciable del Estado, y que se erige como esencial elemento para restaurar las necesarias bases de una legitimidad que se ha perdido en la actualidad. De manera que, retomar la visiĆ³n ideolĆ³gica-doctrinaria del tema serĆ­a el punto de partida para evitar el colapso de la imagen de las polĆ­ticas de seguridad pĆŗblica y de la propia imagen institucional.

Es evidente, que la inseguridad ciudadana atenta contra las condiciones mĆ”s elementales que permiten la pacĆ­fica convivencia social dentro de un rĆ©gimen democrĆ”tico y social de derecho y/o menoscaba los derechos fundamentales consagrados en la ConstituciĆ³n de la RepĆŗblica y que todo funcionario ha jurado hacer cumplir, por tanto, el ejercicio de garantizar la seguridad de los ciudadanos se instituye como una poderosa razĆ³n de ser del Estado.

Vemos tambiĆ©n con preocupaciĆ³n cĆ³mo la legitimidad del accionar del Estado se ha ido desdibujando a travĆ©s de los aƱos ante la falta de competencia para producir seguridad, ante la ineficiencia en sus polĆ­ticas preventivas –no asĆ­ las investigativas-, ante conductas antisociales de algunos de sus miembros envueltos en actos de corrupciĆ³n, asĆ­ como de manifestaciones de indisciplina que hacen tambalear los cimientos de cohesiĆ³n institucional, lo que aumenta, en su conjunto, la sensaciĆ³n y percepciĆ³n de inseguridad ciudadana aparte de los Ć­ndices de criminalidad tradicionales.

De igual manera, los vĆ­nculos frecuentes de algunos miembros de la PN, FFAA, fiscales y jueces con la delincuencia organizada, el incremento de la impunidad en la justicia por los “atajos legales” que permiten que los delincuentes burlen olĆ­mpicamente el sistema de justicia penal, y la existencia de una disociaciĆ³n entre quienes dictan el derecho –legisladores- y aquellos quienes sancionan el derecho -jueces-, hace aumentar la brecha entre la realidad delictiva y la percepciĆ³n delictual, puesto que es incuestionable que los ciudadanos no se sienten protegidos por las instituciones del Estado en su seguridad personal ni patrimonial.

MĆ”s bien tienen la creencia de que la desafiante criminalidad ha sobrepasado a las instituciones encargadas de combatirlas, y que esa delincuencia estĆ” fuera de control, cuestionando a su vez, la eficacia de la PN, FFAA y las instancias de procuraciĆ³n e implementaciĆ³n de justicia.

En fin, las polĆ­ticas y estrategias pĆŗblicas de seguridad, para que puedan ser exitosas y den la esperada sensaciĆ³n de seguridad a la poblaciĆ³n, deberĆ”n ser enfocadas desde una perspectiva integral y de amplio espectro en coordinaciĆ³n con las demĆ”s instituciones del Estado junto a sus comunidades. La firme decisiĆ³n del presidente Danilo Medina de devolver sosiego y paz a la sociedad quedĆ³ evidenciada con la intervenciĆ³n policial del pasado miĆ©rcoles 28, en donde se dio un golpe contundente a la banda que supuestamente perpetrĆ³ el referido atraco, y en donde cayĆ³ abatido uno de los supuestos integrantes de la misma.

La correlaciĆ³n de tiempo entre la disposiciĆ³n presidencial y la respuesta policial demuestra la importancia de la coordinaciĆ³n efectiva e integral entre las diferentes instituciones responsables de la seguridad ciudadana, y la necesidad de seguir apoyando y creando espacios y mecanismos que optimicen la capacidad de respuesta de las mismas.

¿RepresiĆ³n o prevenciĆ³n?
En anteriores ensayos hemos planteado que las dos medidas son necesarias por ser complementarias, ya que cuando falla la prevenciĆ³n entonces hay que aplicar las medidas punitivas que sean necesarias de acuerdo con las circunstancias.

En este aspecto, hay que crear las condiciones de seguridad ciudadana y al mismo tiempo respetar los derechos fundamentales. Una tarea muy compleja y delicada, pues la lĆ­nea que divide el cumplir por entero las tareas de brindar seguridad y sobrepasar el exceso de autoridad es una franja invisible y muy delgada. Especialmente cuando los llamados “protectores de los derechos humanos” estĆ”n siempre mĆ”s atentos a caer sobre las autoridades por cualquier caso de actuaciĆ³n contra la delincuencia, que la de protecciĆ³n de los “humanos derechos” de quienes son vĆ­ctimas de los delincuentes.

Estas condiciones pueden ser generadas haciendo la confluencia entre el modelo de seguridad y el marco de las garantĆ­as constitucionales, puesto que este escenario justifica la actuaciĆ³n policial apegada estrictamente a la preservaciĆ³n de esas garantĆ­as de manera transversal –teorĆ­a del garantismo- enfatizando que el poder represivo o punitivo de Estado se ejerza de manera racional y administrado normativamente bajo dos principios esenciales: la IntervenciĆ³n MĆ­nima y la IntervenciĆ³n Legalizada del monopolio de la fuerza punitiva del Estado.

Se trata, por tanto, de establecer las fronteras de la intervenciĆ³n punitiva o represiva de las autoridades encargadas al tipificar todas aquellas conductas contempladas como delictivas, asĆ­ como tambiĆ©n la utilizaciĆ³n y cumplimiento de las sanciones contempladas en nuestro ordenamiento jurĆ­dico, bajo el imperio de la ley, con el objetivo de evitar los excesos de la autoridad actuante.

Ante el actual panorama, son varios los elementos a tomar en cuenta para analizar, si es que las autoridades desean colocar un freno a la escalada de la ola de criminalidad que padecemos, poniendo mĆ”s Ć©nfasis, no solo en las acciones reactivas y disuasivas, sino mĆ”s bien, en las acciones proactivas o preventivas que sean vinculantes con la misma sociedad a la que sirve y protege, atacando los niveles de corrupciĆ³n que se profundizaron en recientes pasadas administraciones en la PolicĆ­a Nacional y poniendo atenciĆ³n, para tomar acciĆ³n, a las saludables rendiciones de cuentas.

En conclusiĆ³n, recomendamos la aplicaciĆ³n de un modelo de gestiĆ³n policial integral bajo un nuevo liderazgo, que aplique de forma positiva el pensamiento de Thomas Macaulay, abogando para que se designen en los altos mandos de la seguridad sensitiva a personas que no se preocupen por la seguridad de sus puestos, sino por la seguridad del paĆ­s.

wj/am

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