A finales de 1964, durante unas maniobras en los alrededores de Porton, en el condado de Wiltshire (Reino Unido) y no muy lejos de las piedras de Stonehenge, 16 comandos de la marina real britĆ”nica empezaron a comportarse de forma extraƱa. Al segundo dĆa de los ejercicios, mientras unos soldados salĆan a campo abierto, exponiĆ©ndose al fuego enemigo, otros alimentaban pĆ”jaros imaginarios y algunos correteaban por las colinas o se subĆan a los Ć”rboles a hacer el mono. Hubo incluso quien empezó a apuntar a sus compaƱeros con su arma. El informe secreto de aquel dĆa recoge que "el grupo se desorganizó, cayendo en la indisciplina y eran incapaces de cumplir cualquier orden". Su comandante, dio la unidad por perdida. Lo que no sabĆan ni Ć©l ni sus hombres es que les habĆan dado 75 microgramos de LSD.
La historia puede parecer hilarante vista desde el presente, incluso el sueƱo inconfeso de un pacifista. Pero es solo uno de los miles de experimentos que los militares britĆ”nicos y estadounidenses hicieron con humanos dentro de sus programas de investigación para la guerra quĆmica y bacteriológica. Desde la creación del complejo ultrasecreto de Porton Down, en la I Guerra Mundial, mĆ”s de 20.000 personas participaron en miles de ensayos con gas mostaza, fosgeno, sarĆn y otros agentes nerviosos, Ć”ntrax, Yersinia pestis (la bacteria de la peste), mescalina, Ć”cido lisĆ©rgico y otras drogas.
Aunque las cobayas humanas, casi todos soldados y ningĆŗn oficial, eran voluntarios, ninguno sabĆa realmente a quĆ© se exponĆa. El historiador Ulf Schmidt, director del Centro de Historia de la Medicina de la Universidad de Kent, cuenta la historia de los veteranos portonianos en el libro Secret Science: A Century of Poison Warfare and Human Experiments (Ciencia Secreta: Un siglo de guerra de venenos y experimentos humanos, Oxford University Press). La obra relata la particular Ć©tica de la estrecha colaboración entre cientĆficos y militares para lograr sustancias cada vez mĆ”s letales. Aunque se centra en Porton Down y su homólogo estadounidense, Edgewood Arsenal, levantado por el Chemical Corps del ejĆ©rcito de EEUU en 1916, tambiĆ©n guarda algo para los alemanes.
De hecho, fueron los germanos los que iniciaron esta infamante relación entre ciencia y guerra. A las cinco de la tarde del 22 de abril de 1915, en las trincheras de Ypres (BĆ©lgica), el ejĆ©rcito alemĆ”n liberó 160 toneladas de cloro presurizado a lo largo de seis kilómetros del frente y el viento llevó la nube tóxica hasta las posiciones de franceses y canadienses. Aunque los alemanes no supieron sacar tajada estratĆ©gica del terror provocado al otro lado, aquel dĆa fue el "el doloroso recordatorio de que la moderna guerra quĆmica habĆa comenzado", escribe Schmidt. El padre de la criatura fue el genial quĆmico Fritz Haber, tan genial que recibió el Nobel de QuĆmica solo tres aƱos despuĆ©s.
MĆ”s de 20.ooo soldados participaron en pruebas del programa de guerra quĆmica y bacteriológica britĆ”nico
Al dĆa siguiente del ataque alemĆ”n, sir John French, comandante en jefe de la fuerza expedicionaria aliada pidió a Londres que hicieran todo lo posible para contar con ese tipo de armas. En septiembre, los britĆ”nicos ya tenĆan su propia versión de cloro, que usaron ese mismo mes en el frente de Loos con resultados desastrosos. El viento cambió y centenares de sus propios hombres fueron envenenados. Se iniciaba entonces una alocada carrera de armamentos, primero quĆmicos, y despuĆ©s tambiĆ©n bacteriológicos y farmacológicos.
Porton Down fue el corazón del programa de armas quĆmicas y bacteriológicas del Reino Unido. En sus 2.500 hectĆ”reas de terreno se levantaron laboratorios para una plĆ©yade de fisiólogos, patólogos, meteorólogos... venidos de las mejores universidades britĆ”nicas como Oxford, Cambridge o el University College de Londres. Se llamaba asĆ mismo los cognoscenti, la casta privilegiada que conocĆa los secretos de la guerra quĆmica britĆ”nica. Al principio, ensayaban las sustancias con ratones, gatos, perros, caballos o monos. Les hicieron de todo, los gaseaban, les echaban polvo de cristal en la cara o concentrado de pimienta de cayena, buscando nuevos agentes quĆmicos.
Pero ya en 1917, tras un ataque alemĆ”n con el nuevo gas mostaza, crearon un laboratorio especĆfico para experimentos con humanos. El objetivo era comprender los efectos de los agentes quĆmicos en los órganos y tejidos humanos y, muchas veces, no se podĆan extrapolar los resultados en los ensayos con los animales. El laboratorio lo dirigĆa por entonces, el fisiólogo Joseph Barcroft, que habĆa dejado a un lado las enseƱanzas pacifistas de sus padres, unos cuĆ”queros norirlandeses.
Tras el fin de la guerra que iba a acabar con todas las guerras, la investigación no se detuvo, mĆ”s bien se aceleró. Solo con animales, se realizaron 7.777 experimentos en los que murieron mĆ”s de 5.000 criaturas. A los voluntarios los reclutaban entre las tres armas del ejĆ©rcito. Al principio, las investigaciones eran defensivas y, hasta cierto punto, lógicas: querĆan saber el efecto de los agentes quĆmicos en el rendimiento de la tropa y probar la eficacia de las mĆ”scaras de gas. A los que se presentaban, les daban unos chelines de sobresueldo y les eximĆan de las obligaciones normales de un soldado, teniendo incluso la tarde libre. Solo en 1929 se realizaron experimentos con mĆ”s de 500 militares. La cifra se multiplicarĆa por 10 durante la II Guerra Mundial.
El mecĆ”nico de la RAF, Ronald Maddison, murió en 1953 tras ser expuesto al gas sarĆn. Su caso no se reabrió hasta 2004. / Lillias Craik (Archivo personal)
Al entrar las tropas de Hitler en Polonia, en septiembre de 1939, tanto Alemania como Estados Unidos y Reino Unido eran autĆ©nticas potencias en guerra quĆmica. Y los tres usaron a humanos en sus experimentos. Los nazis recurrieron en muchas ocasiones a prisioneros, en su mayorĆa judĆos, rusos y polacos para sus ensayos. Pero tambiĆ©n en Porton Down usaron a extranjeros. A finales de la guerra, ante la escasez de soldados disponibles, los cientĆficos britĆ”nicos utilizaron a ciudadanos de las potencias del eje que habĆan sido confinados al comienzo de la contienda.
A pesar de que los aliados contaban con grandes cantidades de gas mostaza o fosgeno, Alemania volvió a adelantarles. En 1936, el quĆmico industrial Gerhard Schrader, creaba el primer pesticida sintĆ©tico, el tabĆŗn, un organofosforado que actĆŗa sobre el sistema nervioso. AdemĆ”s de su letalidad era incoloro e inodoro. En uno de los primeros ejemplos de tecnologĆa dual, los militares enseguida le vieron posibilidades para su uso como arma. Junto al tabĆŗn, los alemanes desarrollaron otros agentes nerviosos como el sarĆn, el somĆ”n o el cianuro de hidrógeno o zyklon b, que usaron para asesinar a millones de judĆos. Los nazis almacenaron hasta 44.000 toneladas de armas quĆmicas. Sin embargo, ni con los aliados ya en Alemania, las usaron. ¿Por quĆ©?
"La razón principal es que ni los mandos militares aliados ni el alto mando alemĆ”n estaban especialmente interesados en usar este tipo de armas por miedo a las represalias. Son difĆciles de usar, algo impredecibles y podrĆan ralentizar el avance de las tropas si la tierra quedaba contaminada", sostiene Schmidt. Eso no impidió que ensayaran durante la guerra. En EE UU, por ejemplo, Edgewood Arsenal pasó de disponer de un presupuesto de uno a dos millones de dólares y unas 1.000 personas en el periodo de entreguerras a 1.000 millones de dólares y 46.000 empleados en 1942. Solo el proyecto Manhattan para crear la bomba atómica recibió mĆ”s recursos y personal.
Del cloro y el gas mostaza de la I Guerra Mundial, se pasó a ensayar con sarĆn, Ć”ntrax, la bacteria de la peste o el LSD
Al acabar la guerra, Porton Down no rebajó su actividad; el inicio de la Guerra FrĆa les ofreció la ocasión de investigar hasta lo inimaginable. Fue tambiĆ©n el periodo en el que la Ć©tica y las normas mĆ©dicas se relajaron mĆ”s y eso que, tras los juicios de Nuremberg, se aprobó el Código Nuremberg que prohibĆa los ensayos con humanos potencialmente daƱinos que no tuvieran un fin terapĆ©utico. La gran mayorĆa de los voluntarios, unos 16.000 en las dĆ©cadas de los 50 y 60, no sabĆan nada de Porton Down. Muchos creĆan que iban a participar en ensayos para encontrar la vacuna de la gripe y nadie les dijo lo contrario.
Eso pensaba Ronald Maddison, un mecĆ”nico de la RAF de 20 aƱos destinado en Irlanda del Norte, cuando se apuntó a los experimentos. Le pagaban el viaje, vivĆa una experiencia nueva, se olvidaba unos dĆas de la disciplina militar y, lo mĆ”s importante, podrĆa ver a su novia Mary Pyle, que vivĆa cerca de Porton. Al llegar, a comienzos de mayo de 1953, un cientĆfico les explicó que participarĆan en un ensayo con sustancias quĆmicas sobre la ropa. Del experimento en sĆ, solo les dijeron que podrĆan sentir "un ligero malestar" y que estarĆan "supervisados" en todo momento.
A las 10 de la maƱana del seis de mayo, Maddison y otros cinco voluntarios entraron en la cĆ”mara de pruebas con mĆ”scaras de gas. No sabĆan que los iban a exponer a 200 miligramos de gas sarĆn puro. A los 20 minutos, Maddison empezó a decir que se encontraba mal, cayendo al suelo sudando y entre espasmos. Aunque le inyectaron atropina, el antĆdoto habitual contra agentes quĆmicos, el mecĆ”nico iba a peor. Lo llevaron al hospital que tenĆan en las instalaciones, pero Maddison murió a las 1:30 de la tarde. En una maniobra de ocultación en la que participaron las altas esferas del Ministerio de la Guerra, hicieron creer a la familia y amigos de Maddison que habĆa muerto por una aguda pulmonĆa agravada por el experimento. HabrĆa que esperar 50 aƱos para que el caso se reabriese y enterrase la reputación ya cuestionada de Porton Down.
Entonces no se supo, pero hubo muchos otros experimentos que leĆdos hoy espeluznan. Hasta 750 pruebas a campo abierto desarrollaron los cientĆficos de Porton entre 1946 y 1976, muchas de ellas en sus colonias, como en Nigeria, Bahamas o Malasia. Cinco de esos ensayos se hicieron en el mar, usando Ć”ntrax o la bacteria de la peste bubónica. Dentro de la operación Cauldron, los militares liberaron Yersinia pestis en las cercanĆas de la isla Lewis, en el mar del Norte sin percatarse de que un pesquero, el Carella, con 18 pescadores a bordo, pasaba por esas aguas. En vez de recogerlos y tratarlos con estreptomicina, un antibiótico, les dejaron seguir. QuerĆan aprovechar el accidente para sus resultados. Eso sĆ, estuvieron atentos a la radio del Carella por si lanzaban alguna alerta de socorro.
Pero uno de los ensayos mĆ”s siniestros tuvo lugar el 26 de julio de 1963. Dentro de un programa para establecer la vulnerabilidad de las infraestructuras en caso de ataque quĆmico o bacteriológico, los cientĆficos de Porton Down idearon liberar una bacteria en el metro de Londres. Bajo la cobertura de una rutinaria toma de muestras, liberaron 30 gramos de esporas del Bacillus globigii. Era lo que ellos llamaban un simulador, la sustancia era inocua, aunque hoy se sabe que, puede provocar septicemia. La bacteria se extendió por varias estaciones, hasta 15 kilómetros por los conductos de la ventilación. Los londinenses no supieron hasta hace unos aƱos que habĆan experimentado con ellos.
Pero el final los aƱos 60 tambiĆ©n llegó a Porton Down. La crisis de legitimidad del sistema, el pacifismo, el desengaƱo con la sociedad burguesa hicieron mella en el programa cientĆfico militar. Muchos de los veteranos cientĆficos de Porton dimitieron, otros lo dejaron enganchados al LSD. A las puertas de Porton Down se sucedieron manifestaciones pidiendo su desmantelamiento. Desde entonces, aunque la actividad no se ha detenido, sĆ que se ha reducido. De los mĆ”s de 6.000 voluntarios que participaron en sus pruebas en los 50, se pasó a apenas 2.000 desde 1979 y hasta 1989. Ya no se experimenta con humanos, pero sĆ con miles de animales.
En paralelo, se inició un movimiento entre centenares de veteranos de Porton exigiendo la verdad, reconocimiento y compensaciones por los efectos que les habĆan provocado los ensayos. Aunque un estudio de Oxford patrocinado por el Gobierno y publicado ya en este siglo encontró una mayor tasa de muerte entre los portonianos, la investigación no estudió el impacto mental o psicológico. La presión de los portonianos llevó a la reapertura del caso del soldado Maddison. Tras la investigación judicial mĆ”s larga del Reino Unido tras la de la muerte de Lady Di, el jurado consideró que habĆa sido un homicidio provocado por "la aplicación de un agente nervioso en un experimento no terapĆ©utico". Aquel juicio, celebrado en 2004, llevó al profesor Schmidt a empezar Secret Science. MĆ”s importante, gracias a Maddison, en 2008, las autoridades britĆ”nicas reconocieron el daƱo causado, se disculparon pĆŗblicamente y compensaron económicamente a otros 359 de los casi 22.000 jóvenes soldados que pasaron por Porton Down.

0 Comentario :
Publicar un comentario
Deja el comentario.