El 22 de agosto el presidente de Venezuela, NicolĆ”s Maduro, prohibiĆ³ mediante un decreto la exportaciĆ³n de hasta 89 productos de consumo masivo como parte de los esfuerzos de su Gobierno para reducir el contrabando. Esa disposiciĆ³n no impide que Obama —el mote del protagonista de esta historia— intente una vez mĆ”s vender carne, pollo y queso en Colombia para obtener un ingreso adicional a los 6.000 bolĆvares mensuales (67 dĆ³lares, 51 euros, a la tasa de cambio del mercado negro) que gana como empleado de un frigorĆfico, asĆ lo publicĆ³ El PaĆs.
Alfredo Meza
Obama, de 25 aƱos, reciĆ©n casado y padre de una niƱa, reside en Maracaibo —capital del Estado petrolero de Zulia y segunda ciudad mĆ”s importante de Venezuela— y vive como bachaquero. El Gobierno define asĆ a las personas que trasladan artĆculos subsidiados por el Estado al otro lado de la frontera para revenderlos a precio de mercado.
La furtiva desapariciĆ³n de hasta un 40% de los productos regulados destinados al mercado interno, segĆŗn cifras oficiales, ha provocado una respuesta de Caracas en dos frentes: una estricta vigilancia militar en los 2.200 kilĆ³metros de frontera colombiana y la incorporaciĆ³n voluntaria de supermercados, farmacias y pequeƱos comercios a un programa de captura de las huellas digitales de sus clientes.
Esta semana, las principales cadenas de supermercados de Maracaibo comenzaron a instalar sistemas biomĆ©tricos que pretenden limitar la compra de alimentos bĆ”sicos. A simple vista la medida evita el patĆ©tico espectĆ”culo de ver a los clientes liĆ”ndose a golpes por las escasas existencias —una escena muy comĆŗn en la actual Venezuela—, pero no garantiza el abastecimiento.
El pasado miĆ©rcoles, en la sede de SĆŗper Tienda Latino de la avenida 15, en la acomodada zona norte de Maracaibo, habĆa anaqueles repletos de desinfectante, arroz, cafĆ©, margarina y papel higiĆ©nico, pero escaseaban la harina de maĆz precocida y la carne. “Hace mucho que no llegan”, confesaba Frank Vergara, gerente del local.
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Obama, en cambio, sĆ tiene carne y pollo de primera —regulados a 90 bolĆvares (un dĆ³lar, 0,76 euros) y 43 bolĆvares (medio dĆ³lar), respectivamente, por kilogramo— que le ha vendido su jefe a precio de mayorista, y quiere ofrecĆ©rselos a tres clientes en Maicao, en el departamento de La Guajira, el primer poblado colombiano tras cruzar la frontera. Parece un plan arriesgado.
El pasado dĆa 23, el canal Venezolana de TelevisiĆ³n mostraba al vicepresidente venezolano Jorge Arreaza y al nĆŗmero dos del Gobierno, Diosdado Cabello, rodeados de 63.000 litros de combustible y diez toneladas de alimentos empacados cerca del rĆo LimĆ³n, en uno de los puestos de control que Obama deberĆ” salvar antes de completar su negocio. “HabrĆ” sanciones graves a cualquier funcionario pĆŗblico o miembro de las Fuerzas Armadas que permita la salida del paĆs del alimento del pueblo”, prometiĆ³ Arreaza entonces con el evidente objetivo de disuadir a los aventureros.
Obama se persigna antes de introducir su cargamento —13 kilos de carne, 20 de pollo y 40 de queso blanco duro— en la maleta de un viejo Caprice Classic de 1983 que pertenece al taxista Jorge, un evangĆ©lico que jamĆ”s falta a la iglesia los domingos. Son vehĆculos muy apreciados en esta zona por su enorme tanque de gasolina, de unos 110 litros, que permite revender parte del combustible al otro lado de la frontera. El viaje es un negocio para todos. Para Obama, que venderĆ” el kilo de carne a 4,6 dĆ³lares (3,5 euros) el kilo, y para Jorge, que negociarĆ” un punto de gasolina —una medida que equivale a 23 litros— por unos 13 dĆ³lares.
Las principales cadenas de supermercados de Maracaibo han instalado sistemas biomƩtricos que pretenden limitar la compra de alimentos bƔsicos
Con esa cuenta en mente, el sol empieza a ocultarse en la ruta hacia Maicao, a 100 kilĆ³metros de distancia por una vĆa reciĆ©n asfaltada a orillas del Caribe. Por el camino, Obama y Jorge van recordando las experiencias mĆ”s hilarantes que han vivido como bachaqueros para disimular la angustia. No deberĆa ser mĆ”s de hora y media de trayecto, pero los puestos de control del lado venezolano convierten el viaje en una travesĆa de hasta tres horas. AdemĆ”s, por Ć³rdenes de Maduro, la frontera permanece cerrada entre las diez de la noche y las cinco de la madrugada para evitar el contrabando. Hay que apurarse porque la carne y el pollo se estĆ”n descongelando.
Cuando se aproximan a la primera alcabala o puesto de policĆa, en una de las mĆ”rgenes del rĆo LimĆ³n, Obama le da unos siete dĆ³lares a Jorge para pagar el primer soborno o coima. Tienen suerte. El guardia les indica que sigan adelante. En el siguiente punto, en el retĆ©n de Las Guardias, un teniente de las Fuerzas Armadas ordena detener el vehĆculo. Jorge abre la puerta:
—¿QuĆ© llevas ahĆ en la maleta?
—Te voy a dar tu picada (coima).
—BĆ”jate y Ć”brela.
Jorge le pide a Obama la factura de la carne. Con ese comprobante podrĆ”n demostrar a la autoridad que la mercancĆa les pertenece. Obama saca del bolsillo delantero de su pantalĆ³n un papel doblado que le extiende a su amigo.
Diez minutos despuƩs Jorge regresa y dice:
—Debemos esperar un rato.
—¿AceptĆ³ o no aceptĆ³ la picada? —pregunta Obama un poco inquieto.
—Tranquilo, coƱo. El hombre va a hablar con el capitĆ”n que comanda el pelotĆ³n para que podamos seguir.
El teniente introduce medio cuerpo en el asiento del piloto esperando su coima. Resignado, Jorge toma cinco billetes de 100 bolĆvares (algo mĆ”s de cinco dĆ³lares) y se los coloca dentro de la guerrera. De inmediato el teniente cierra la puerta y hace sonar un silbato para que acelere.
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